Antes de cruzar el charco y comenzar mis estudios en Aruba tuve la suerte de poder vivir una experiencia similar al Erasmus. Una Summer University. Aunque más reducida en tiempo, no lo ha sido en vivencias y momentos mágicos vividos con nuevas personas de dispares lugares. Iba a compartir durante 15 días, con otros estudiantes de distintos puntos de Europa, un viaje alrededor de toda Polonia. Digo toda porque casi no dejamos nada pendiente en el país eslavo.

El evento comenzaba en Cracovia, aunque yo volé a Breslavia y debido a un retraso de mi vuelo tuve que estar viajando toda la noche en un tren polaco. Sorprendemente me encontré con una amiga ucraniana que me amenizó el trayecto.                                               Por la mañana me encontré a los demás participantes, había un interesante popurrí de nacionalidades, desde polacos hasta italianos, pasando por holandeses, griegos o rusos. También había algún compatriota.

Cracovia es una ciudad muy significativa en el país, es la segunda más grande y, a diferencia de la capital (Varsovia), salvó gran parte de su legado histórico, lo que la convirtió en Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1978. Además, si te interesa la historia reciente, la ciudad tuvo una gran importancia en la segunda guerra mundial, allí podemos encontrar la Fábrica de Schlindler o Auswitch.                                                 Pasear por los campos de concentración no es una experiencia agradable, pero si recomendable. Es necesario conocer nuestros errores para no repetirlos. Ya lo expresa George Santayana con una frase presente en el propio Auwitch: «Aquel que olvida su historia está condenado a repetirla».

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Después, partimos hacía los Pieniny Mountains, que es una cadena de montañas a caballo entre Eslovaquia y Polonia. El autobús solo podía llevarnos hasta el pueblo que lo precede, que por cierto era muy singular. Un río, por donde paseaban unos botes hechos con una especie de tabla de madera y cajas, lo atravesaba. De madera eran también todas las casas que formaban la villa, con sus típicos tejados inclinados para que la nieve no se arraigara a la vivienda. Después de un rápido vistazo tocaba subir, y si, la inclinación era aún mayor que en Segovia. Nuestro destino parecía no llegar nunca, pero cuando lo hizo comprendí que había merecido la pena tan agotadora cuesta. Íbamos a alojarnos en una gran cabaña de madera en plena naturaleza. La experiencia fue increíble, durante el día hicimos alguna ruta, logrando aún mejores panorámicas de los montes, y por la noche cocinamos salchichas en una gran hoguera, mientras bebíamos alguna cerveza y apreciábamos con todo lujo de detalles la vía láctea. Podría haber sido un anuncio de Estrella Damm pero en la montaña en vez de en el mediterráneo.

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La próxima parada se encontraba en el lado opuesto, en el norte del país. Tocaba un largo viaje hasta Gdsank que también mereció la pena. Gdsank es sin duda mi ciudad favorita de Polonia. Su estratégica posición en el mar báltico ha contribuido a que se trate de un enclave con mucha historia, patrimonio y cuna de diferentes culturas debido a las rutas comerciales. Pasear por el mercado largo y terminar alimentando a las palomas frente a Neptuno son solo alguna de las cosas que la ciudad ofrece. Las ciudades próximas, Gdynia, Malbork o Sopot contribuyen a que esta sea una de las zonas más turísticas e interesantes de la nación.

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Podría seguir, porque el viaje no terminó aquí, pero no quiero aburriros. Eso si, si tenéis la posibilidad de realizar este recorrido de punta a punta por Polonia no lo dudéis ni por un instante porque merece la pena. Asimismo, si queréis hacerlo en modo Summer University, como yo lo hice, también puedo ayudaros.